Morgues cibernéticas


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Es difícil describir cómo el azar se impone sobre nuestros planes. Hace todavía una semana pensaba escribir en este blog sobre otra cosa totalmente distinta. No creo ni en el destino ni en las coincidencias cósmicas que conjuran universos insospechados para actuar en favor (o en contra) nuestra. Hace unos días recibí unas entrevistas realizadas hace ocho años a mi abuela. A sus 93 años todavía tenía la fuerza necesaria para caminar y, sobre todo, para no pedirle nada a sus hijos ni a sus nietos. Con su carácter imponente y su sinceridad a rajatabla, con su amor por las plantas y su sentido del humor tan ácido, con su respiración penosa y ese enjugarse los labios con la lengua como un tic que iba de lo impertinente a la conmiseración, la voz de mi abuela resonaba desde una distancia infranqueable.

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No puedo negar que se me estrujó el corazón. Entablar ese diálogo imaginario con los que nos han dejado es casi exclusivo de los sueños, “esa patria de los muertos” como decía Octavio Paz en “Pasado en claro”. Sin embargo, pasado el fervor del sentimiento a flor de piel, me vinieron preguntas como revelaciones. ¿Cómo nos relacionamos con nuestros muertos desde las redes sociales?, ¿qué pasa cuándo nos brinca,  gracias a los azares de los logaritmos, una imagen con alguien que lleva años en el ámbito de los recuerdos? ¿Hay una morgue cibernética escondida entre la lógica fría de los algoritmos? ¡Qué hará con esa información y esos bits el Joel-Peter Witkin de las próximas generaciones?

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 Algunos datos del año pasado señalaban que, solamente en Facebook, alrededor de 10 mil usuarios fallecidos (perfiles deberíamos puntualizar) son etiquetados, reciben solicitudes de amistad o les llegan notificaciones o felicitaciones de cumpleaños. Seguramente alguno de ustedes ha recibido la notificación de cumpleaños de alguno de ellos, y con ello una estampida de emociones, resentimientos, resignaciones o pura y mera indiferencia. En el giro inevitable de la ruleta, seremos nosotros o nuestra imagen la que salga a flote súbitamente.

Cuando sacamos las fotos viejas —que ahí están, que existen, y tenemos conciencia de ellas—, sabemos que nos enfrentamos a una cascada de hechos pretéritos. Cuando es el azar el que nos revela esos recuerdos acontece un descubrimiento como una inquietante coincidencia.

Más allá de las cuestiones prácticas de cada red social para estos casos, hay una certeza: reencontrarse con nuestros muertos (amados y/u odiados) nos sacude. Sobre todo cuando el reencuentro es inesperado.

6 Comentarios

  1. Me ocurrió que me topé con alguien que aún vive, pero lo percibía ausente, con esa ausencia de los que hace mucho han partido. El texto me agitó sensaciones dolorosas y el temor de descubrir las similitudes entre la muerte y las ausencias vivas. Heber rules!

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