Escritura e historia


Se dice que los Sumerios y los Acadios, allá en la antigua Mesopotamia fue la primer civilización en imprimir la que se asume las primeras muestras de escritura, impresa, sí, en tablillas de arcilla, que son conocidas como las Tabillas de Uruk. El escritor Georges Jean afirma que esas tablillas son de una practicidad instrumental pasmosa: como buen pueblo sedentario, los mesopotámicos inscribieron sus cuentas de sacos de grano y cabezas de ganado. Incluso las del almacén de odres de cervezas. Y no es que la contabilidad alimentaria no sea importante, pero sí sobresale la prioridad económica de la escritura, que incluso precede a la escritura ritual de los relatos cosmogónicos. Como lo son las tablillas más famosas de esa época, a saber, las de los mitos de Enuma Elish, Lipit Ishtar y la Epopeya de Gilgamesh.

Ya si nos ponemos sibaritas, podemos recordar, también en un afán instrumental, la lista de los Siete Grandes Cocineros Griegos que la gran Irene Vallejo menciona en librazo El infinito en un junco. La propia Vallejo juega a equipara esta lista de Grandes Cocineros Griegos como la primigenia Guía Michelin, algo así como un palmarés gastronómico, escrito en el siglo III Antes de Cristo intitulado Deipnosofistas o algo así como el “Banquete de los eruditos, escrito por el helenista egipcio Ateneo de Náucratis. 

En todo caso, tanto la escritura como la antigüedad tienen esta ambivalencia que derrumba toda urgencia de novedades. Sean estas de orden administrativo, artísticos, cultural, histórico, social y… político. No nos queramos engañar, ya se sabe que, como dice el Libro de Libros: “no hay nada nuevo bajo el sol”.

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