Bioarquitectura: innovaciones ecológicas en la construcción


Una de las ventajas de nuestra época es que la información está mucho más cerca de lo que pensamos. Aquello que antes teníamos que buscar en bibliotecas o enciclopedias, ahora, de pronto, emerge en cualquier lado. Así me pasó cuando vi el capítulo sobre la propuesta de diseño y bioarquitectura de Neri Oxman en la serie de Netflix “Abstract: The art of design”.

La forma en que la diseñadora de origen israelí del Instituto Tecnológico de Massachusetts plantea la utilización de materiales de origen natural (animal y vegetal, como su proyecto con gusanos de seda) me hizo pensar en cómo ya hay mucha investigación (de laque lo peatones no tenemos ni en cuenta) en torno a soluciones para disminuir el impacto de la actividad humana en el planeta (que lo pide a gritos).

Luego, escuchando el premiado podcast Solaris del versátil y multifacético intelectual español Jorge Carrión, conocí la Casa BIQ (por sus siglas en inglés, Bio Intelligent Quotient), que se hizo en Hamburgo, Alemania, hace más de una década, que en sus paredes utiliza microalgas, cuyas reacciones químicas funcionan como termostato para regular la temperatura de la construcción. En algunos casos más actuales, se empieza a utilizar esta reacción para la generación de energía eléctrica. 

Unos clics después encontré las paredes verdes y los jardines verticales, como el que eventualmente se implementó en el Periférico de la Ciudad de México, a cargo de Fernando Ortiz Monasterio. Ya entusiasmado y asombrado por estas propuestas vinieron los bosques verticales en Milán, de los arquitectos Stefano Boeri, Giovanni La Varra  y Gianandrea Barreca del Boeri Studio. Y lo que se han hecho en Suiza y China desde hace una década. 

Eventualmente profundizaré en proyectos como el Silk Leaf, una “hoja” sintética que convierte agua y dióxido de carbono en oxígeno (como las plantas reales), totalmente creado por la mano humana. A saber: en las aulas del Royal College of Art’s Innovation Design Engineering, en el famoso barrio de Kensington de Londres, de la mano de Julian Melchiorri.

Los especialistas señalan que este proyecto puede favorecer el suministro de oxígeno en los vehículos espaciales, donde por cierto tiene también un tiempo que hay cosecha en la Estación Espacial Internacional, con el experimento Plant Habitat-04 (PH-04). 

Ya para finalizar, hay que voltear a los proyectos en los que se utilizan hongos en una particular forma de ladrillos para construir paredes en Namibia; a la que se ha denominado micotectura. O a los bloques de hormigón hechos de cáñamo.

Sobre sale, pues, la búsqueda de materiales biodegradables con mayor posibilidad de ser asimilado por la naturaleza. O, en el mejor de los casos, en la prospectiva de estas propuestas.  

Todo ese panorama, si no ponemos futurista, puede confluir con el desarrollo de la ingeniería genética, el del uso de materiales funcionales para la cibernética (como el grafeno o las computadoras cuánticas), sin olvidar el impresionante alcance de las inteligencias artificiales. Afortunadamente, no tenemos evidencias (en campo) del desarrollo de armas en estas nuevas guerras híbridas del siglo XXI, que ya incluyen la desinformación como un elemento crucial. Y no es que no existiera eso antes, sólo que ahora las redes sociales lo magnifican todo. 

Volvamos a la creatividad unida a la ciencia en el ámbito de la construcción. Todos los materiales y procesos desarrollados párrafos atrás son parte de un retorno a la pre industrialización. Con ello me quiero referir a la utilización de materiales naturales, como antes se hacía para la edificación. Las ramas, las cañas, la madera, la fusión de barro (como el del adobe) y textiles, no son nada nuevo para la Humanidad. Pensemos por ejemplo en la arquitectura con bambú del rquitcto colombiano Simón Velez Y, sin duda, su huella de carbono era mínima en contraste con todo aquello que nos legó el progreso al cabalgar los caballos de fierro de los ferrocarriles. Y no me mal entiendan, la tecnología (desde el uso de herramientas) es signo inequívoco de la evolución del pensamiento humano. 

En ese mismo tren de pensamiento, no logro imaginarme cuál será la conversión para disminuir la huella digital que seguramente habrá con el paso de los años. ¿Cómo haremos para plantearnos una sociedad sin los implementos comunicacionales de la red? Porque claro que conectarse a internet también contamina e impacta en nuestro planeta Tierra, el cual cada vez tiene menos posibilidades para hospedarnos. 

Versión original publicado en mi columna #Bastiones en noviembre Heraldo Estado de México

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