El fanatismo que se viene


 I

Los primeros 25 años de este siglo han sido apenas un umbral. Hemos presenciado cómo se han abierto las puertas a algunos de los extremismos que tanto daño hicieron a la humanidad en el siglo XX. A ellos se han sumado algunos impensables, revelados con fervor por las enormes pantallas, omnipresentes, de las redes sociales. En el caso de los primeros están los nacionalismos a ultranza y el racismo, absurdos ambos a estas alturas de la humanidad. En los segundos podemos encontrar los anti vacunas, los terraplanistas o los convencidos de teorías conspiratorias, como los reptilianos o los illuminati. 

Con la asunción de Donald Trump y el saludo cuasi nazi de Elon Musk es inevitable pensar que ese umbral ya está rebasado. Primero, por la clara relación a la gestualidad hitleriana de Musk en congruencia con la rebosante efervescencia del supremacismo blanco norteamericano en el triunfo electoral del nuevo presidente norteamericano, que tanto ha obtenido en sus andanadas en contra de la comunidad migrante. 

A ello podemos sumar la tajante respuesta a la ola “woke” con la orden presidencial trumpiano para “reconocer solamente dos sexos”. Quizá uno de los síntoma que explican este arranque sea aquel boicot y censura (“buycott”) con Bud cuando decidió promover su marca (y una botella conmemorativa en específico) con una influencer trans, a tal grado que una de las cervezas más popular del país vecino del norte fuera desbancada por una mexicana, por irónico que suene. Es inevitable pensar que en la orden presidencial hay mucho más que un guiño a esa cara de la moneda. 

Ahora, recordemos el escándalo de Cambridge Analytica. Recordemos cómo la campaña de Trump en su período ganador anterior recibió los beneficios del big data para dinamitar publicidad engañosa personalizada, enardecida por fake news. Luego, parece demasiado claro cuál es el perfil por el cual tanto Meta (Facebook e Instagram) como X (antes twitter) han decidido disminuir la verificación de datos, en un afán de “restaurar la libertad de expresión”. 

Si algo dejó claro el caso de Cambridge Analytica es que los sesgos con los consumimos información y la duplicamos son la clave para ejercer la propaganda de manera profunda. 

La diferencia con el siglo XX es que ahora esa propaganda tiene de su lado la inteligencia artificial, la reproducción de deep fakes y la velocidad con que se transmite la información. Dirían los clásicos que “en política no hay coincidencias”. El siglo XXI estará alimentado por la enajenación y el fanatismo. 

II

Este segundo periodo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha convertido en el primer punto de quiebre para este siglo XXI en términos geopolíticos. Como señalamos en columnas pasadas, Trump es un umbral. Y por él, por sus formas de hacer política, por su estratégica manera de esgrimir verdades a medias y fake news emerge todo el caldo de cultivo ideológico (a veces conspiranoico y sin duda populista) que le subyace, particularmente los brotes de supremacismo blanco, de facismo, de racialización. 

Foto de Washington Post

Pero también están los negacionistas del cambio climático, los conservadores que apelan a un Estado proteccionista en este siglo de libre mercado que desfallece ante el poderío económico creciente de China y las economía emergentes BRICS. Y un electorado fastidiado de las propuestas “woke”, que yacían al acecho en la espiral del silencio. A ese sector y a esos segmentos es a quienes les habla Trump con sus órdenes ejecutivas. 

Foto: Washington Post

En 1974 la politóloga Elisabet Noelle Neuman _La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social_. Si bien su estudio tenía un claro enfoque a la validez de las encuesta, la expresión que intitula su estudio se convirtió en sinónimo de la opinión que teme hacerse pública por temor al rechazo y el aislamiento de aquellas “mayorías” que dominan la “opinión predominante”. Resalto con las comillas porque es evidente que en la época de las estridencias, las cancelaciones y las herramientas digitales de la revolución del internet, las redes sociales (al que sumaremos la inteligencia artificial) sólo nos exhiben nuestras ideas. 

Esas son  las anteojeras o viseras que se les ponen a los caballos y son el símil perfecto para la “opinión pública” de nuestra década de los 20 del siglo XXI. Así, en lo que viene de este siglo, nuestros propios sesgos serán nuestras hogueras, y cualquier tema será la pólvora seca y la leña verde. 

Las órdenes ejecutivas de Trump para aseverar la existencia de sólo dos géneros y la prohibición a las atletas niñas y mujeres trans a competir en deportes femeninos parecen destinadas a ese sector oculto en la espiral del silencio. El mismo que ya quería salir de esa espiral y de ese silencio cuando hizo el “buycott” (término anglo para fusionar el boicot en el consumo de una marca) a la cerveza Bud Light por su publicidad con una influencer trans, Dylan Mulvaney en 2023. Buycott que por cierto sigue vigente en un descenso de más de 20% de ventas totales de la otrora cerveza “campirana”, ranchera y vaquera del país vecino del norte.

Seguramente, esta renuencia a las posturas woke será consistente durante los próximos años. Y como todo parece indicar, el único resultado visible, hoy, es la radicalización de ambas posturas

Publicados originalmente como columna en #Bastiones de Heraldo Estado de México, 23 de enero y 6 de febrero

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