El mundo no es sencillo de entender. Hay muchos factores, causas, consecuencias, hechos y gotitas que van llenando el cantarito hasta que se desborda. O nos desborda. La ciencia ha empeñado siglas en tratar de explicar cómo funciona el mundo para que podamos entenderlo. Claro, si tenemos un ápice de curiosidad para atrevernos a semejante proeza
Aviso: es más sencillo arar el mar.
La ciencia (como lo ha demostrado, por ejemplo, Thomas Kuhn) ha basado cada uno de los ladrillos de sus enormes paredes en la sustitución de ladrillo que estaban llenos de certeza previamente. Esa sustitución proviene del cambio de paradigma, de idea, ante algo que ha demostrado que el ladrillo previo ya no es pertinente, fiable, verdadero o verosímil.
En la vida cotidiana, todo es mucho más complejo, porque ahora estamos llenos de información (verdadera y falsa) que nos inunda los ojos en cada scroll en las redes sociales, en nuestro móvil o en el zapping aleatorio en la radio o la television. Ya no existe un Gran Relato, básicamente, de nada.

Bueno quizá exageré y la existencia de Dios, o algo superior, siga latente en el imaginario de la gente todavía, en este primer cuarto del siglo XXI. Pero ese es un tema que desde que existe la humanidad, no ha cambiado.
Por eso, en el caso de los temas que incumben a nuestras sociedades, tenemos muchos problemas para explicarnos nuestro entorno. Sobre todo en cosas muy inmediatas, desde todas y cada una de las elecciones del ámbito que usted guste y mande, pasando por la creación del Coronavirus, el mundo es dominado por un grupúsculo, el hombre no llegó a la Tierra, las vacunas son una trampa, la tierra es plana o la existencia de los reptilianos.
El sociólogo francés Luc Boltanksi (Enigmas y complots. Una investigación sobre las investigaciones, Fondo de Cultura Económica) sugiere que el mejor atajo para esa explicación son las teorías de la conspiración, que parten de una sociología de la sospecha. ¿Cómo funciona eso? Pues con sentido común. Dado que nuestra mente tiende a buscar patrones y, con ellos, efectos de esos patrones, lo más simple es relacionar hechos aleatorios y sin conexión para unir los con una bisagra lógica, un pegamento muy elemental: la sospecha. Y qué más lógico que encontrar a alguien que está en mi contra: un enemigo.
Luego, el sentido común y tantita memoria le dan validez a la sospecha. O en palabras de Boltanksi: una sospecha alimentada por “desconfianza en las élites y los medios informativos, creencia en la manipulación, rechazo de la información oficial en favor de los rumores de internet”.

Así construyó el nazismo a su enemigo a partir de Los protocolos de los sabios de Sion, “el ejemplo más nítido de las teorías de conspiración”.
Hoy, en medio de todas las fake news, la publicidad personalizada y la repetición algorítmica en las redes de lo que nos gusta, es sencillo que encontremos pronto culpables y enemigos.
Publicado el 15 de mayo de 2025 en la sección #Bastiones de Heraldo Estado de México