I
No te pongas nerviosa. Pasa ¿Qué? ¿tienes nervios? No te preocupes, ya se te quitarán, sólo disfrútalo. Sé que cuesta un poco de trabajo. Sólo déjate llevar. Nos oyen pero no pueden hablar. No van a decir nada. Míralos, están agazapados. Te voy a enseñar cómo se hace. Al principio cuesta trabajo. A veces no puedes dormir. Después te dan pesadillas, miras los rostros deformados. Parece que te hablaran, que te quisieran decir algo. Pero eres tú quien se despierta gritando, a menos que no te importe. En esos casos, no pasa nada. No sueñas, ni sudas, ni sientes que te persiguen las arcadas al comer. No, nada de hacerte tatuajes de lágrimas ni tallarte los hombros con navajas. Eso es de la vieja escuela. Quizá puedas juntar los dientes hasta hacerte un collar. Como dicen los brujos que sirve de amuleto, igual te sirve, ¿no? De todas formas los brujos no sirven de nada. Ni las vírgenes ni los santos. Cuando te toca, te toca y punto.
¿Un cigarro? Te acostumbrarás. Pronto, te darán ganas de hacerlo de nuevo. Al principio sientes un poco de miedo. Bueno, no. No es miedo, es una mezcla de coraje y angustia. O quizá un poco de rencor contra los que te han lastimado. A todos nos han lastimado. Nadie anda por el mundo sin presumir sus cicatrices. Ese es el mapa de nuestra vida y de nuestro futuro. Tranquila, no tiembles. Mejor disfrútalo. Es como un torrente frío en la sangre. Tú sabes, como cuando un río se desboca y arrasa con todo. Qué vas a saber de eso, tú tan de la ciudad. Aquí todos los ríos están atrapados. Pero sólo es la primera vez. Luego te acostumbras, en serio.
Te empieza a gustar, y luego no quieres dejar de hacerlo. Y también te acostumbras al dinero. Y lo empiezas a hacer por más, conforme vas mejorando. No te preocupes, ellos saben que queda poco tiempo. Hacerlo así, rápido y con todo el cuerpo sacudiéndote, con todo ese sudor que te recorre el cuerpo y que no sientes hasta que el frío lo hace como una lámina que te estremece. ¿No te gusta? Vamos, inténtalo. Rápido, porque a veces duele. Y no rechines los dientes, luego te duele la mandíbula de cuánto aprietas y aprietas. Y la cabeza duele algunas veces. A mí me encanta. Cuando empiezan a gemir, a gritar y a pedir que te detengas. Pero no puedes hacerlo. Nunca puedes dar el paso hacia atrás, porque estás tan dentro de este camino. Ya no hay vuelta atrás. Anda, siéntela, pálpala. En ella está tu vida. Sientes que tienes el poder y que nadie te lo debe quitar. Ellos no pueden decir nada. Escúchalos gemir, pedir perdón. Sólo tienes que tomarla con fuerza. Con las dos manos. Con decisión, así, despacio. Ahora jala el gatillo. Con fuerza. Como si te desquitaras. No gastes balas. En la cabeza sufren menos.
II
Tenía que hacerlo. Me mandaron. En este negocio no existen los amigos. Nada. Ningún vínculo. Por eso tuve que hacerlo rápido. Justo como debe ser. Estoy segura de que él lo sabía. Sabía que tenía que hacerlo. Me conocía. Siempre habíamos tenido algo pendiente. Algo que no había terminado de cuajar entre nosotros. Sabía que me deseaba. Que me miraba con tiento. No fuera a ser que lo cacharan. Pero yo sentía esa tensión como un cordel que se estira sin romperse. Y que se estiró todavía más cuando dejé de ser la favorita, la principal, para convertirme en una golosina de su antojo.
No podía desobedecer y tuve que hacerlo rápido. Así que le dejé la puerta abierta, con un guiño. Mientras la fiesta se convertía en una babel de excesos, me le acerqué al ritmo de la música. Se deleitó el hambre con mis labios. Me afilé las uñas con su espalda. Tenía que hacerlo para que se fuera contento. Y para quitarme las ganas. Faltaba más. Ese es uno de los beneficios de este negocio, además del dinero y el poder. Uno se quita las ganas de todo, porque todo se puede. Sólo falta jalar el hilo adecuado. Y nosotros tenemos toda una telaraña ceñida sobre la ciudad. Todavía tengo un camino de su saliva en mi vientre. Las marcas de sus dedos en la cintura. El olor de su cuerpo mezclado con el tufo de la mariguana y el humo del alcohol. Las burbujas del jacuzzi. ¡Vaya que si lo disfrutó!
Yo también. Sobre todo su silencio. La tranquilidad con que se desmayó en la cama, prendió un cigarro y se lo apagó en el pecho. Justo en el corazón. Aquí, me dijo, aquí mero. Y rápido. ¡Pero qué buenas estás! Sabía que no te quedarías con las ganas. Anda, que te están esperando. ¡Cómo nos tardamos tanto en comernos! No puedo entenderlo. Anda, ya. ¡Que no te pongas nerviosa!
No estaba nerviosa. Lo estaba disfrutando. Lo había disfrutado. Aprendí muy bien todo lo que me enseñó. Cuando te toca, te toca, le susurré. Su cabeza se sacudió. Para que sufriera menos. ¡Anda dispara ya! Tú sabes que tenía que hacerlo. Seguía órdenes como tú. Aquí mero, entre los ojos. ¡Tlack! ¡Ja, esa recámara no tenía nada! Esta sí:
[Publicado originalmente en Ciencia ergo sum, Vol . 21-2, julio-octubre 20 14. Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, México. Pp. 169-170.]
Imágenes Alfred Afremov, Un perro andaluz- Luis Buñuel, Sandra Espinet