
En la antigüedad, aquella que originó muchos de los fundamentos de la sociedad occidental, existían dos términos que estaban vinculados con la vida y con el juego. El primero es alea, de donde nace el término “aleatorio”, refiriéndose al azar en el juego de dados(específicamente el de la Roma de los Césares), pero con una influencia decisiva de esa suerte o fortuna que están vinculadas directamente con los dioses del Hado, o del destino, como nos es más conocido.

El segundo es agon, que designaba la reunión de personas para celebrar las antiguas competencias en Olimpia, las olympiakoi agōnes. Agón, por extensión y uso se convirtió en el término para referirse a la competitividad y la ambición de triunfo que se daba en dichas competencias. En nuestro español, la lucha o el combate con la muerte se designa con la palabra agonía.
Debemos mencionar que también la hora de la muerte estaba determinada por esos dioses del Hado, o el Destino, como, insisto, nos es más conocido. También es preciso señalar que cuando iniciaban las olimpiadas se suspendían las guerras en los estado griegos, en la conocida como Paz Olímpica, por lo que la única lucha se hacía en el deporte (sin arriesgar la vida en la guerra). Por cierto, las disciplinas de esas antiguas olimpiadas eran particularmente de instrucción marcial: lucha, boxeo, lanzamiento de jabalina, etcétera.

Ambos términos, alea y agon, revelan no sólo la devoción al destino sino dos factores que influyen en nuestra manera de enfrentar una circunstancia: la suerte y el esfuerzo. Ambas son factores en los deportes de competencia, que, en mucho, son también un paralelismo de la vida misma