El frío tiene su hipótesis de eternidad: el congelamiento. Pero es sólo el estornudo del tiempo.
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Con la lente de la lejanía, el frío tomó con su flash de lluvia la fotografía del paisaje.
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El agua es un cristal, detenido en la contemplación de sus prismas.
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La nieve sintoniza la orquesta del aire y repite sus ecos geométricos: cristales o copos.
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A la velocidad del pensamiento la nieve la detiene con su palma levantada en la ventisca y la orden: freeze!
La nieve es un espejo cósmico que repite la simetría del universo.
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La nieve eriza la piel del paisaje y se convierte en el bálsamo que sumerge sus cicatrices, en una capa inferior.
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Entre la ventisca y la nieve se debaten los pasos que dejaste al partir.
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La memoria es una alfombra de nieve que sepulta los tatuajes con la llegada de la nueva tormenta. Como el amor.
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La nieve es una película de tiempo que el viento revela
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De los escalofríos del agua florecen los copos de viento. Con ese algodón se teje la frazada del sol.

El mar del invierno arrecia su espuma con los huracanes de gaviotas que sacuden sus plumas en un aletear de cristales como dientes de león.
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La nieve vuela en diminutas mariposas y palomillas cuyo enjambre estremece con sus aguijones de frío hasta las ramas de las piedras.
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Sacudes un árbol y hay una lluvia de diminutas estrellas.
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Con la lápida del frío hasta las siluetas del juego son ángeles y las sombras se difuminan.
La nieve es una página que todo revela, película sensible para el peso de lo minúsculo.
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La nieve es un desierto invertido
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Durante la caída, chisporrotea la nieve como una blanca luz de bengala, chisporretean diminutos arco iris esféricos, crepitan ínfimas chispas de frío cuyo rastro petrifica las mejillas y deja un tatuaje por donde se despeñó tu rastro.
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El vértigo pertenece al imperio de la nieve y se despeña en el trineo de la gravedad.
La nieve replica la sabiduría de los montes y las cimas de nuestras cabezas avejentadas.
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La tensa cuerda del vértigo se tañe con la majestuosidad que le imprime la nieve a las cumbres
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La flecha de la mirada y sus arco de luz se sostiene con las tachuelas del viento en el pizarrón de las cimas (las montañas tutelares, como diría mi sino poeta Gilberto Owen). Por eso, como las confesiones de una adolescente a un monje ansioso, la brisa se vuelca ingrávido manto de lluvia en Eiger, Monk y Jungfrau.
Grindelwald tiene una de las pistas de trineo más largas del mundo. Y, como toda Suiza, a cualquier lugar al que voltees es una paisaje de postal. Mi visita fue con un grupo de amigas. La fotos pertenecen a mis hermanos de otro apellido con quienes viajé ahí: Rafael, Cali, Michael, Simmone, Ramón, Lily, Reyes, Remel e Iliana, a quienes adoro con entrañable cariño. Ellos tomaron las fotografías (nadie sabe quién tomó cuál porque las juntamos todas)