I
A media luz, la tinta destila su aroma acre sobre el lienzo, devoto de un misticismo de gárgolas, grullas y gaviotas, ferviente en su impaciencia virginal, impasible en su angustia temerosa de tragedias. Desde la punta epitelial de los dedos de los pinceles, en sfumato, se esparce lúbrica y se tiende paloma al cuerpo del cielo, como un velo húmedo, cascada de matices acompasados de tibios y tímidos gemidos —sutil presagio espástico—. De pronto el aire canta canela y vainilla en húmedas brisas, rocío.
II
A medio tono, sube la electricidad su cauce por músculos y tendones, se tensa la cuerda floja en vibratos sostenidos e ingrávidos, salta el acróbata al vacío mientras se desmorona el trapecio de la tinta por la tela. Suaves espasmos se tienden sobre pélvicas capas cromáticas, acompasados síncopes de sinfonías interrumpidas. Fingida testigo, la caoba crepita su bronceado sudor, irisado arco iris, atisbo.
III
A la mitad del cuerpo, la tersura deshilvana sus tejidos, como el deshielo lustral. El lienzo se desabrocha sus botones y te bajas la falda hasta el monte que cobija la sonata de los grillos, que susurran, a tu oreja, su nocturna serenata a la orilla del acantilado dactilar. Un poco más. Tus alas se tienden más allá de las aristas, de la cornisa. Germinas gaviota por los escarpes en que estallan las olas su ulular al óleo del caballete.
IV
A medianoche te despiertas, complacida. Tomas un poco de agua y de nuevo nadas, sirena en el oleaje de mi cuerpo, a la deriva.
la versión original fue publicada originalmente como «Improvisación para un desnudo» en Cuerda floja, Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, Toluca, 2010
imágenes de: Willi Kissmer y Luo Li Rong
heberquijano 