
Como el eco de roble quemado por el rubio flagelo del día ondeándose a sus espaldas, con la mano ofrecida a la hoguera, implorando con odio al Dios de la misericordia.
Su cansancio se tiñe de ruego, a pesar de la pesada
losa del desprecio atisbado de reojo, como epitafio
de piedra en la mirada.
Pero la moneda se muerde la cola,
se nos enrolla en el cuello,

en la mano, en el grito,
en todas las aceras
hasta quedarnos vacíos
varados en el asfalto.
Versión original publicada Ciencia Ergo Sum, vol. 19, núm. 3, noviembre-febrero, 2012, p. 280, Universidad Autónoma del Estado de México
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