Las siluetas


— Mira, ¡qué bonita se ve, así, arregladita! Así como está de chula ni quien piense en todo lo demás. Si de tan sólo verla… hasta me los estoy imaginando… cuando la vean van a decir “¡qué chula está tu hija!, de veritas que está irreconocible”.

—Sí, comadre, quién lo iba a pensar…, así con su vestidito blanco, el moño rosa, la trenza, esa sonrisita que sólo la Virgencita puede dibujar, ¡válgame, comadre! Usté sí que es fuerte. No cualquiera…

—Ni lo crea tanto… pero qué se le puede
hacer,Rulfo ya es tarea de Dios, mientras la niña se vea preciosa, como nunca antes, quedaré satisfecha y, hasta le daré las gracias a la Virgencita.

— ¿Y no va a venir el compadre a ver cómo quedó arregladita la niña antes de todo?

— No. Anda arreglando lo demás. Se fue allá a la cabecera. Ya sabes que allá está todo. Allá se hace todo: lo papales, el mercado, los camiones… No como aquí, tan lejos de todo. Como olvidados de Dios.

— Oiga, comadre, no es por molestarla, pero, ¿ya arreglaron la casa? Ya sabe que siempre viene mucha gente, ¡hasta pareciera fiesta!

— Sí, ya sé, incluso van a venir mis primos desde México. ¡Hace años que no los veo!

—No me diga. Me acuerdo que la última vez que vinieron no fueron a misa de tan crudos que estaban, y todo el pueblo no dejó de hablar de ellos en meses. Como acá nunca pasa nada, era de lo único que hablaban. Con cuidado, comadre, no le vaya a pintar de más los labiecitos.

— Despreocúpese, oiga, ¿no será mejor que se los pintemos de rosa como el moño que trae?

—No, comadre, si se trata de que se vea más rojita, chapeadita, más viva, pues. Es más, yo creo que el moño rosa se lo voy a cambiar por uno rojo. ¡Se va a ver bieeeen chula! Lo malo va a ser la soledá. Ya sabe, las tardes de cuaresma en que el sol de media tarde provoca un sueño arrullador, las coronas de adviento pa encender en el frío de invierno. Acuérdese qué frío hizo este invierno que pasó, ni cómo evitarse los calambres en la espalda.

—Sí, comadre, yo creo que eso fue.

—Es que aquí cuando hace frío, hace frío. Pero usté está solita, o no. Desde que Juanito se fue pa´l otro lado, ni sus luces.

—Qué le vamos a hacer, comadre. El desdichado de Juanito ya ni me manda dinero, con eso de la migra y todos los mojados que se van todos los días del pueblo. Y luego los polleros que son malos como ellos solos. Y ya pa qué mencionar a los narcos que o los secuestran o lo agarran pa sicarios. De verdá que estamos jodidos por todos lados. Ya ni sé qué le habrá pasado. Cada día este pueblo se va haciendo viejo, como yo. Como todo. No me lo va a creer, pero el otro día. ¿Sí conoce a la niña de los helados? Pues ella misma me dijo que cada vez que se ve al espejo se parece más a su abuela, doña Susana. Pero no por lo vieja, Juan-Rulfo-foto-4por lo cansada. Va ustéa creer, la niña no pasa delos veinte años. Y lo peor es que no se le ve pa´ cuando. Ni novio se le ha conocido. Figúrese.

— Por eso, qué bueno que a mi niña no le va a pasar eso. Es más al rato que vengan todos les voy a decir que dejen de vivir como fantasmas, ¡sí, como fantasmas!, nomás porque en el otro lado los esperan, aquí se dejan llevar, así, sin querer nada ni hacer nada. Ya ni gestos hacen pa´saludar. ¡Faltaba más!

—Tiene razón, comadre. Yo creo lo mismo. Deveritas que hasta parece que saludan con flojera, como si los obligaran. Antes se detenían a platicar tantito, a chismear cualquier cosa. ¿Le pongo más sombra?

— Sí, un naranjita, pa´ que no se vea tan pálida.

—No. Para eso mejor le hacemos unas chapitas. Mire, así… ya ve, nadie va a pensar que nosotras la maquillamos. Pero le decía, yo creo le dio al clavo, comadre. Este pueblo como que se está haciendo viejo.

—¿Viejo?, se está muriendo. Ya ve, se murió el señor cura, don Fulgencio, don Pedro…

—Y si no se mueren, se van de aquí, como huyendo. De la pobreza, de la sequía, del cansancio… Como si el pueblo fuera el que los llama o los invoca. No, no, este pueblo huele a miel quemada, podrida. Yo creo que sólo van a quedar puros murmullos, comadre, puras siluetas. Porque de nosotros, ni el olor a azufre.

—Imagínese si el presidente municipal no hubiera pintado la iglesia y las casas que están en la plazita del quiosco. Imagínese cómo se vería el pueblo, desolado. Hasta daría miedo. Como si estuviera en la boca del infierno, llena de puras sombras.

— Bueno, comadre, ya acabamos. ¿A poco no que2_angelitodó rebonita? Ora sólo falta la caja, a ver si mi viejo consigue una caja chiquita, de su tamaño. ¡Ay mi´jita!… ¡Ay!…, ¡se va a ver bien chula! ¿O no comadre? Voy a cruzarle los brazos, así, como dormidita…

—Oiga, comadre, no se me vaya a ofender ni lo tome a mal, pero dígame, si se puede, ¿cómo se iba a llamar?

—Lupita, para que la Virgencita nos perdone.

 

Imágenes, Juan Rulfo y Artes de México

Texto original publicado CIENCIA ergo sum, Jul-oct. Año/vol. 14, no. 002, pp 233-234

4 Comentarios

    1. Hola Rafael, gracias por leer. PUes sí muy natural, aunque el suceso no fue así, sí sucedió hace no más de 6-7 años y en una ciudad que tiene un millón de habitantes, es decir, no una ciudad chica

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