LA PUERTA DEL INSOMNIO


“dormir es el principio del derrumbe”

Jorge Pech C.

La noche se acerca incesantemente por el horizonte, el aire se hace pesado, el tiempo pasa como una herida que se desangra, no puedo dormir, tengo insomnio, el olvido tarda siempre más y más en llegar. La noche es un preámbulo de la muerte y nadie puede escapar de ella, nadie escapa del frío, nadie escapa, nadie, tengo dos años sin dormir, sin poder conciliar un sueño siquiera.

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En la noche la suerte está echada, de nada sirve apostar, hemos perdido todo ya, a veces, en esas noches en vela, pienso en un largo pasillo, son las sombras las que mandan y no dejan que el destino nos alcance, siempre lo cambian, transgreden la línea, desvanecen las líneas que el destino ha trazado con ese azar divino, y es como una herida que no mana sangre, mana sueño, cansancio, sangra las humillaciones que sufrí en la infancia, los golpes y el tufo a alcohol, omnipresente, el pasillo es estrecho como el descanso, el pasillo es pesado como el insomnio. Si la distancia es una gran incertidumbre, la noche es su detonante. La conciencia se pierde entre luces que no alumbran y aunque corras no puedes escapar, te siguen, corres, quieres huir y el callejón se cierra como las nubes. He tratado con pastillas y no puedo dormir, y es como un castigo el cielo cerrado y el callejón también, y la luz que deslumbra en el cuerpo y un líquido caliente escurriendo por el piso, ¡Maldito insomnio, es una condena!

Después, las sirenas nadando al aire libre con su aullido atemorizante, el suelo como un fuete largo y pesado, conciso. Los gritos, siento temor, me agazapo a la cobija y el frío no deja de sudar hielo, de repente golpes, pom, y la intuición, bom, el conocimiento, pom, que se escapa tras las siluetas que no alcanzas a distinguir. El vehículo avanza mientras caes en un sueño de mármol, duro, impenetrable. Cómo quisiera huir, anoche pensé que sí había solución, que el destino siempre es el mismo pHieronymus_Bosch_013ara todos y que no puedes escapar por más que huyes, ni siquiera durmiendo.

Sólo recuerdas la cama blanca y la sal en tus labios secos, y un malestar escondiéndose en las entrañas, preguntas la ho
ra y no hay nadie que te responda, por eso no puedo dormir, sé que va a ocurrir mañana o un día después a mañana, o un día más, sólo falta esperar, hasta que, finalmente oyes una voz que te despierta, sí estoy bien, respondes sin saber siquiera dónde estás, y esa espera es un martirio, una larga y afilada hacha descendiendo lentamente encima de mi garganta que sella su designio con un líquido caliente.

Esperas la visita ecuánime y halagadora de una respuesta, evidentemente sabes que esa noche no ibas sólo, que falta un espacio en la entraña que la sábana dibuja con tu cuerpo, me entiende, no puedo dormir, ya no sé que hacer con todo esto y mañana es mi último día. Poco a poco recobras el conocimiento, percibes el olor a esterilidad, el brillo que provoca, el blanco que resplandece hasta en las noches en que despiertas sosegado por el frío, con sed y dolor de cabeza, en las noches en que sientes el espacio transcurriendo bajo tus pies como una marea que no cede al movimiento, cada vez que veo esa puerta nadie habla,
y todos sus caras humilladas
, te mueves en la cama como si la pesadilla no hubiera terminado todavía y no supieras si en realidad ha terminado o sigues inmerso en ella.

No, es imposible, no puedo dormir, cada vez me siento más absurdo sumando rayas de gis, de pronto despiertas, sabes que todo terminó, que estás en un hospital con una herida de veinte centímetros que te demanda el reposo absoluto hasta la petrificación, y el recuerdo mismo de la noche, y el líquido espeso congelado a su alrededor, como una firma, desde niño le tengo miedo a la noche, tengo miedo a mis pesadillas y no poder percibir todos los sonidos que salen de esa puerta cerrada y casi innombrable.

Despiertas otra vez, ahora con la certeza de que no ibas sólo, de que a tu hermano mayor lo picaron tres veces mientras tú te defendías a la luz de la luna de una noche larga y cruel  que sentencia con sus paredes el callejón que se asomaba con sus ladrillos, el callejón que era un laberinto recto, plano, witkinde un sólo sentido. Y sabes, ahora, en este instante de rayo que parte tu frente, que la adrenalina te paraliza el cuerpo y que el piso es como una tumba, ya vienen por mí, era inevitable, ya oigo sus pasos, el piso era un vampiro bebiéndose con su boca de alcantarilla a tu hermano, tiemblo de frío, cuando la puerta me saluda con su silencio que calla, sabes que está muerto, oigo la última oración, el rostro vulnerable de mi abogado al oir la sentencia:

 no puedo dormir.

Publicado en La Colmena, No. 4, Abril-junio, UAEMex, Toluca, México,  2007
Imágenes: Heinrich Füssli, El Bosco, Joel Peter Witkin

 

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