Abriste la puerta, con el susto apretándote los huevos que hacían gárgaras con el oxígeno que difícilmente fluía hacia tus pulmones.
Saliste corriendo, capoteando los carros que se avispaban por tus costados, para levantar el bulto inerte:
tu cuerpo apenas atropellado brutalmente por un autobús de pasajeros, mientras volteabas sorprendido para ver cómo abrías la puerta y salías corriendo, esquivando la estampida de bisontes antes de recoger tu cuerpo inerte apenas abrías los párpados durante el sueño.