París es un carrusel de clichés, el patio de las esperanzas. París es un corcel de ilusiones que se desboca y nos deja la baba del frío, apenas
brisa de invierno, coronada con la geometría exquisita de los copos en la Plaza de la Bastilla. Epicentro del sueño sacudes el gis del cielo con el péndulo de la piedra al cristal, al hierro. Allí salimos del Metro sin pan, con el desdén en el rostro por parecer árabes.
El Sena sacude del aire la ventisca del tiempo.
También el polvo que hace estornudar las gárgolas de Notre Dame. Todavía el vértigo de sus columnas me asalta avispa al centro del equilibrio. Todavía me roe la oscura profundidad de su piedra, el endeble brillo vital de sus cirios, el místico neón medieval de sus vitrales. Y la reina del Tepeyac con su ascético recinto contempla el vértice de las vitrinas, pupilas del mundo.
Notre Dame y su milenaria Galería de Reyes, fraguados reflejos de hogueras, coronaciones y santos, se ríen, solemnes, de la eternidad, al compás del eco del Quartier latin, de sus congas y diapasones, al compás borboteante de hervor de sus crepas.
heberquijano 