Pasear a los perros, correr, hacerlos brincar y juguetear con ellos hasta caer al pasto. Así decía mi papá que se divertía en su infancia. No había juegos mecánicos en los parques y con suerte había una televisión en casa, porque ya había pasado el tiempo en el que los niños ricos del barrio invitaban a sus amigos a compartir el televisor con todos sus amigos, en un ritual doméstico pero sagrado. ¡No!, decía mi padre, antes jugábamos de otra manera. Mi infancia fue más libre, más sana, llena de imaginación, árboles, pelotas y tierra en las uñas. Pero ladraban los perros y nos volvíamos a enfrascar en una carrera sucedida por la persecución de ambas mascotas..
Una vez cansados, comprábamos pompas de jabón en el parque. Juanito, el vendedor, las hacía en botecitos de gerber con detergente y una pizca secreta que nunca confesó para que parecieran papalotes de…
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