Desde el vértice de tu columna espiral,
te sumaste y te subiste y te aferraste
al estallido interno y trementino de la vertical y súbita espiga.
Tus manos amasaron los panes del vértigo
y con tu lengua cosechaste la rápida gula
con las gotas de savia de caoba y de canela
para endulzar de romero y albahaca
el vacío en que se abisma
la menta de tu pupila,
en que se concentra en espirales su mar de fondo por el centro.
Entonces, con la labial cosecha de yerbabuena,
asida a la espiga,
tus párpados cerraron los tallos más húmedos
y la lluvia cambió su vestido de noche por mezclilla,
mientras el destino cifró sus mensajes
en las ventanas, sordas a la telegrafía del bosque.