La piedra de la locura


La línea recta es la trayectoria más simple y rápida para llegar de un punto a otro. Nada más elemental. Es una idea clara, concreta, comprobable e irrebatible, implantada en nuestro pensamiento más simple y también en el más profundo. Una idea que nos implantó el positivismo de fines del siglo XVIII, sí, aquel que nos abría las puertas y nos invitaba a subir literal y metafóricamente al “progreso” como una si fueran el paraíso mismo. A él se le sumó la adopción de la “evolución” en su más pura noción darwinista. Nos hicieron pensar que así, con ese reduccionismo simplista, valga la redundancia, también funcionaba la humanidad. La realidad, sin embargo, siempre es otra. Ni la evolución ni el progreso, y por ende nada de lo que los seres humanos creamos y producimos, surge en el trayecto de esa línea recta. Por el contrario, lo más común es que esa figura que describa nuestra “evolución” o la de cualquiera de los productos (comerciales, culturales, económicos, de cualquier ámbito) generados por nuestra creatividad sea azarosa y laberíntica. Nuestro camino es, más bien, sinuoso y accidentado.

En una de esas curvas, en uno de esos accidentes muy peculiares se encuentra la historia de la lobotomía. En Portugal, el neurólogo Egas Moniz pensó que había pequeños corto circuitos en el cerebro, es decir, entre neuronas. Para evitar las conductas mal vistas por la sociedad (obsesivas, histéricas, maniáticas, enfermas: locas pues) en 1935 inventó un método para evitarlas: usar un leucotomo: una “tijera”, por decirlo así, para cortar las obstrucciones. La explicación médica puede ser, por supuesto, mucho más sofisticada, pero en términos prácticos y sencillos la lobotomía era una trepanación en el cerebro. ¡Ouch! Tuvo un éxito tal, en apariencia, que para los años 40 la lobotomía era ya un procedimiento recurrente. En 1949 Moniz recibió el Premio Nobel de Medicina, convirtiéndose en el primer portugués en ganarlo, además de catapultarlo a la vida política lusitana.

Afortunadamente, los medicamentos sustituyeron a la lobotomía y se evitaron miles de daños cerebrales profundos. La lobotomía es un ejemplo de cómo esa línea de la evolución y el progreso no es nunca recta, incluso tiene sus terribles retrocesos. En ese mismo filo de la navaja podríamos poner muchas otras cosas, como los combustibles fósiles, la energía nuclear, la ingeniería en su uso armamentista, la explotación de los recursos naturales, etcétera.

 A la luz de la historia, siempre en retrospectiva, es fácil encontrar los errores. Lo que hoy consideramos un acierto o de una solución puede ser después la causa de muchos errores. Así ha avanzado la ciencia y la humanidad de su mano. A tropezones. ¿Debemos seguir la línea recta ascendente y progresiva? ¿Hasta cuándo podemos tolerar los errores y los fracasos? Moniz no pudo evitar el plomo de uno de sus desequilibrados pacientes, enojado por no recibir sus medicamentos.

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