Luto vertical



Apuntes sobre la orfandad en la poesía

¡Muerte, Contén a tus fantasmas!

Allen Ginsberg

La muerte es siempre una amenaza. Cuando es imprevista y repentina, el dolor es un abismo insondable que tarda en iluminarse. Cuando la agonía es larga, se convierte en un remedio: se exime el dolor y se pasa a “mejor vida”. Es un tema reiterativo en la literaturas, pues no hay nada tan importante para las sociedades como la vida. La muerte no perdona, ya lo sabemos, y derrumba los cimientos en los que se erige nuestra existencia, sobre todo si ella se sostiene por las columnas de la paternidad/maternidad que sufre la muerte del hijo o en sentido inverso. Ambos son un luto vertical.

 En la raíz de nuestra cultura occidental, Homero nos ubica en ambos lados del espejo. Primero, el padre que pierde al hijo, en una escena conmovedora de la Ilíada. Príamo le implora el cadáver de Héctor a Aquiles: “Mis ojos no se han cerrado desde que mi hijo murió a tus manos, pues continuamente gimo y devoro innumerables congojas, revolcándome por el estiércol en el recinto del patio”. Su dolor es tan profundo que lleva al aun rey de Troya hasta la humillación: revolcarse en estiércol e ir hasta la tienda del enemigo. El reacio e intransigente Aquiles cede el cuerpo para las ceremonias fúnebres, le ofrece resguardo al rey enemigo de la rapiña de los soldados, cenan juntos y duermen bajo el mismo techo, una ceremonia de honor digna solo de la antigüedad, un pacto de caballeros. En contraste, en la Odisea, es el hijo quien ha perdido a su madre. Odiseo, de vuelta a su Ítaca natal tras el triunfo en Troya, debe atravesar el Hades. Ahí encuentra al fantasma de su madre, Anticlea, a quien le pregunta sobre su muerte y sobre el destino de Penélope e Ítaca. Ella responde: “[en la vejez] es como terminé mis días, no abatida por los suaves dardos de Artemisa, ni consumida por enfermedad alguna de las que agotan lenta y terriblemente las energías, sino que han sido mis cuidados y cariño por ti los que me privaron de la existencia dulce como la miel”. Además, le explica que en la muerte: “Ya nos falta la trama de los nervios que mantiene unidos los huesos y la carne, destruidos por las llamas, una vez que nos desampara la vida y el alma vuela como un sueño”. Este episodio es simbólico para el luto vertical: todo deudo transita por el infierno de la muerte o sufre el infierno de su recuerdo; sufre una orfandad primordial.

En Roma, la Eneida también tiene este episodio de amor filial. Eneas, hijo de Troya y cuya raza habrá de fundar el imperio romano, no puede dejar a su padre desmoronarse junto a la ciudad ardiendo: “¡Padre querido, súbete a mis espaldas; te llevaré en mis hombros y no sentiré el peso allá a donde iremos, pasaremos las mismas vicisitudes; pereceremos o moriremos juntos”. Eneas salva a su padre Anquises de la muerte y le da a Roma un linaje sagrado. Después, al cruzar el inframundo para recibir el presagio imperial de su estirpe, Anquises lo descubre:

Cuando [Anquises] vio a Eneas […] lleno de inmensa alegría le tendió ambos brazos y, con las mejillas bañadas en lágrimas, le dijo: <<Por fin viniste [Eneas] ¿logró tu amor filial, tan esperado, vencer este penoso camino?, ¿se me concede contemplarte, hijo, escuchar tu voz familiar y contestarte? Así lo creía en el fondo de mi alma y pensaba que sería contando los días, y mi inquietud no me ha engañado. ¡Después de recorrer qué tierras y atravesando cuántos mares te recibo!, ¡qué de peligros, hijo, habrás pasado!

Una vez juntos en el inframundo, Eneas reconoce la omnipresencia de la figura paterna y percibe que ésta no puede regresar del reino de la muerte, sino como una fantasmagoría:

Es tu imagen, tu triste imagen, que se me representaba tan a menudo, la que me ha decidido a franquear solo estas moradas […] Dame tu mano, padre mío, dámela, y no te sustraigas a mi brazos>> […] Por tres veces intentó echarle los brazos alrededor del cuello; por tres veces, en vano apresada, la imagen rehuyó los brazos, igual a los ligeros vientos y muy parecida a los sueños.

De una manera semejante, en los albores de la lengua castellana, Jorge Manrique iniciaba la poesía en español con las “Coplas a la muerte de mi padre”, en las que exalta la memoria paterna, además de preguntarse por la realidad de la existencia y su destino final:

Aquél de buenos abrigo,

amado por virtuoso

de la gente,

el maestre don Rodrigo

Manrique, tanto famoso

y tan valiente;

[…]

Amigo de sus amigos,

¡qué señor para criados

y parientes!

¡Qué enemigo de enemigos!

¡Qué maestro de esforzados

y valientes!

¡Qué seso para discretos!

¡Qué gracia para donosos!

¡Qué razón!

¡Cuán benigno a los sujetos!

¡A los bravos y dañosos,

qué león!

Manrique enaltece la memoria del padre y santifica su recuerdo en el altar familiar, pues

cercado de su mujer

y de sus hijos y hermanos

y criados, […]

que aunque la vida perdió

dejónos harto consuelo

su memoria.

Actualizándonos un poco, el siglo XX ha sido prolífico en este luto vertical. La poesía nos descubre la rabia, la furia, la herida abierta o la franca violencia catártica contra la Muerte provocados por el luto vertical. En “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”, Jaime Sabines no esconde su rabia y expone de su recién descubierta orfandad:

Convalecemos de la angustia apenas

y estamos débiles, asustadizos

despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño

para verte en la noche y saber que respiras.

[….]

Nunca frente a tu muerte nos paramos

a pensar en la muerte,

ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la alegría.

Sabines no teme en mostrar, con uno de los sarcasmos más sinceros de la poesía, su desesperación; y nos muestra otro infierno, el de la enfermedad:

Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,

Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,

que se divierte arrojando dardos

a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,

a las ingles multitudinarias.

Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer

en la raíz del cuello, sobre la subclavia,

tubérculo del bueno de Dios,

ampolleta de la buena muerte,

y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo.

El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,

es sólo un instrumento en las manos obscuras

de los dulces personajes que hacen la vida.

Este poemario, quizá el más reconocido de Sabines, reniega la desaparición del padre parodiado el Rosario católico, en el que el “no podrás morir” simula al “ruega por él”.

Debajo de la vida

no podrás morir.

En tu tanque de tierra

no podrás morir.

En tu caja de muerto

no podrás morir.

En tus venas sin sangre

no podrás morir.

En tu pecho vacío

no podrás morir […]

Desde la ciudad que nunca duerme, en Kaddish Allen Ginsberg también narra, desenfadado y provocativo, su infancia colmada de memorias por la  muerte de una madre esquizofrénica. Este poeta judío, homosexual, beatnik, revive la estampida de desasosiego ante la incertidumbre de la figura materna:

Una y otra vez –abstente– de los Hospitales –aun no se ha escrito tu historia– déjala en abstracto –algunas imágenes corren a través de la mente– como los coros de saxofón de año y casas – remembranza de choques eléctricos [….]

Entonces llamaste al Médico –“Muy bien, tome un paseo para tranquilizarse”– yo me puse mi chamarra y caminé contigo por la calle. Un niño de escuela primaria te gritó extrañamente: “¿A dónde va, señora, a la Muerte?”

Ginsberg vive la muerte de su madre desde la etapa de los juegos infantiles y las cartas a Santa Claus, pero al ser rememorado se convierte en un infierno. Y relata la angustiosa ansiedad con que atestigua los arranques de locura maternos, que habrá de sellar no sólo una orfandad de la figura materna sino la orfandad del “equilibrio mental”

Oh madre

Qué es lo que he omitido

[…]

Con tus ojos yendo a clases de pintura en la noche del Bronx

Con tus ojos de Abuela asesina para el horizonte desde la Puerta de Escape

Con tus ojos corriendo desnuda para salir del departamento por el pasillo dando gritos

Con tus ojos conducida por policías a la ambulancia

Con tus ojos de atada e la mesa de operaciones

Con tus ojos de aborto

Con tus ojos de ovarios arrancados

Con tus ojos de convulsion

Con tus ojos de lobotomía

Con tus ojos de divorcio

Con tus ojos de golpe

Con tus ojos de soledad

Con tus ojos

Con tus ojos

Con tu Muerte atestada de Flores.

Desde la pequeña Venecia del mar Caribe, Vicente Gerbasi canta en Mi padre, el inmigrante su infierno por los llanos y selvas del país latinoamericano. Este poeta venezolano encuentra reflejada su muerte en la del padre, un inmigrante italiano cuyos recuerdos de la patria mediterránea construyen un halo de fantasía en la agreste geografía que se regodea en cantar Gerbasi:

Y es lo que viene ardiendo, sonando como un trueno,

sobre un niño,

desde tu vida dura, desde tu muerte sola,

tu muerte semejante a una llanura,

donde curva la noche su lentitud de estrellas,

con un rumor de cascos, de piedras, de esqueletos,

con guitarras caídas junto al corazón,

con una copa del diablo,

con el azufre del Tirano Aguirre

danzando en las colinas,

y lejanos relámpagos antiguos

en un denso horizonte con sombras de diluvio,

y el viento que resuena sobre el sordo tambor

de la tierra caliente,

del agua del caimán y el venenoso diente.

Padre mío, padre de mi huracán. Y de mi poesía.

[…]

Y estoy aquí buscando las respuestas de mi sangre,

Los signos solitarios que me hieren,

Mis huellas que me siguen en la tierra,

Mis huellas que vienen de tu vida,

Padre mío, padre de mi pesadumbre.

Y de mi poesía.

En el contexto de las dictaduras latinoamericanas, el uruguayo Mario Benedetti dedica una elegía al periodista Zelmar Raúl Michelini, secuestrado el 18 de mayo de 1976, y resalta la orfandad, en ambos sentidos, de manera explícita:

sólo una imagen lo vencía

era la hija inerme

la hija en la tortura

durante quince insomnios la engañaron diciéndole

que lo habían borrado en argentina

era un viejo proyecto por lo visto

El argentino Juan Gelman escribió el desgarrador poemario Carta abierta, pidiendo ayuda para encontrar a su hijo y a su nuera embarazada, que “la dictadura militar nunca reconoció oficialmente a estos ´desparecidos´. Habló de ´los para siempre´. Hasta que no vea sus cadáveres o a sus asesinos, nunca los daré por muertos”. En Gelman se da una doble orfandad, la muerte/desaparición del hijo y la incertidumbre del cadáver que confirme la muerte y que permita la “cristiana sepultura”. Y se puede postular también una tercera, la orfandad de un lenguaje para manifestar un dolor tan hondo, pues “la poesía no puede –y ése es uno de los dilemas de la poesía del siglo XX– saldar deudas que no le pertenecen”, dice Eduardo Milan. De ahí el sinsentido la sintaxis y a la gramática utilizado por Gelman como una reconstrucción del lenguaje y de la orfandad:

con la cabeza gacha ardiendo mi alma

moja un dedo en tu nombre / escribe las

paredes de la noche con tu nombre/

sirve de nada / sangra seriamente/

              alma a alma te mira/ se encriatura/

se abre el pecho para recogerte/

abrigarte / reunirte/ desmorirte/

zapatito de vos que pisa la

              sufridera del mundo aternurándolo […]

que así hablás/ crepitás/ ardés /querés/

me das tus nuncas como mesmo niño

Sin embargo, el impacto de la violencia de la redacción del poemario ―con / (diagonales) que suponen una pausa rítmica, tipográfica y visual dentro del verso― produce en el lector una violencia múltiple: la del contenido, la de la sintaxis y estructura del verso, la creciente secuencia de preguntas sin respuestas, la deformación de la voz poética, asumida con el nombre y apellido propio del poeta:

el sufrimiento/ ¿es derrota o batalla?/

realidad que aplastás / ¿sos compañera?

¿tu mucha perfección te salva de algo?

¿acaso no te duelo / te juaneo/

     Te gelmaneo / te cabalgo como

Loco de vos/ potro tuyo que pasa

Desabuenándose la desgraciada?/

[…]

¿me vas a disculpar que te hije mucho?

Con el tiempo, “Juan Gelman pudo encontrar y conocer a su nieta. Un verdadero destello en la oscuridad. Escribió el 12 de abril de 1995 en una carta abierta a su nieta o nieto (que aún no conocía): “Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él” (De la Fuente, 2010:10)

            Desde Metepec, Flor Cecilia Reyes, quien trata el tema de manera tajante y estremecedora:

Qué Dios ciego y ausente

se perpetró en tu rostro

con gesto inamovible.

  Si deambulas los días

con el aire doliendo,

como daga.

  Ensombrecida el alma

desollados los dedos

sobre la sal que tocas.

  Tu luto es un aullido

terrible, prolongado,

en bóveda inaudible

Para cerrar esta lectura y después de atravesar los infiernos de la orfandad, vemos como  para esta escritora nacida en Oaxaca, la resignación tiene un halo católico, la vida después de la vida.

Mi niña hermosa

en ángel convertida

en luz reposa. 

Un recuento a al narrativa, que nos excede en espacio, nos confirmaría que la orfandad es un tema permanente de la literatura. La muerte siempre tiene un umbral para el infierno, cuya redención es siempre prolongada.

Publicado en Castálida, IMC, Toluca, Estado de México, No. 48 Primavera, 2013

Bibliografía

  • Mario Benedetti (2000), Inventario I, México.
  • Juan Ramón de la Fuente (2010), “Juan Gelman: del poeta, de la tragedia”, Juan Gelman: ocho décadas. Jornada Semanal, 2 de mayo, 791:10
  • Juan Gelman (2005), Pesar todo, México, Fondo de Cultura Económica.
  • Gerbasi, Vicente (2010), Mi padre, el inmigrante, México, Laberinto.
  • Ginsberg, Allen (2009), Kaddish, México, Laberinto.
  • Homero (1977), La Ilíada, México, Cumbre.
  • —— (1961), La odisea, México, CGE.
  • Manrique, Jorge (1992), Poesía, México, REI.
  • Eduardo Milan (2005), “Prólogo” en Juan Gelman, Pesar de todo, México, FCE.
  • Sabines, Jaime (1986), Poesía, nuevo recuento de poemas, México, SEP.
  • Virgilio (1970), La eneida, Barcelona, Juventud.

2 Comentarios

    1. Claro, que sí, tienes toda la razón. Ninguno de los dos casos que mencionas me pasaron por la mente, pero ahora que lo menciones sí conozco casos de hij@s y padres/madres que se quieren tirar a la sepultura con su fallecido

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