Termina la hora de la visita
salen enfermeras anegadas de niebla
huyendo de la rabia del suero
y el fatal tufo de la inminencia
la enfermedad arrastra
todo a su paso y lo amortaja
—cuando se acaba la hora de visita
nos faltan palabras: toque de queda—
balbuceas
qué me quieren hacer
dime, hijo, qué quieren
entre súbitas convulsiones
la cuerda del esfínter se tensa
se quiebra
su estampida se disemina
y te rodea sin saber qué hacer:
¡enfermera, enfermera!
y aun así te vas
y frente a tu altar
escribo un réquiem sin tiempo:
―¿ya te tomaste tu pastilla? ―
mientras las nubes deshilachan sus trapos
y los naranjas relucen de morados
haciendo el umbral por donde pasarás
los días muertos después del horario de oficina
mientras surcan bengalas por mi frente
lívidas incandescentes
y estremece su centro la tierra
abriendo grietas en mi vientre
pero te vas en tu líquido estado sólido
en tu gaseoso plasma de humareda
con la materia de que están hechos los recuerdos
y la fiebre que recorre mi mente por las noches
conjurándome los sueños
qué semblante sagrado tienen los muertos
¿te acuerdas de mí, papámamá?
Ø
te vas
y te quedas con tu nombre
y tus gavillas de Magdalenas
con tu apellido te quedas
desmigajándose entre tus manos
y no dices nada
y en los pétalos fúnebres
mella la metástasis
su estampida de óxido
tu balbuceo nos enseña
que el delirio nos arrastra
pero ya no hay nada qué hacer
y te vas
y aquí están todos
con la cara agachada
y el diente hincado en la garganta
y, allí,
sin recuerdos:
la tumba invulnerable
donde todos reposamos:
―¿te acuerdas?―
y no nos separamos del rescoldo
que aún nos calienta por las noches
―cenizos hasta desfallecer―
por olvidarnos de traerte flores
pero nadie nos despierta
poemas pertenecientes a Esfinges de hojarasca, Toluca, Diabluras ediciones, 2015
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